La escasez ha sido el aviso del coronavirus en Cuba. Durante la pandemia, la mayoría de los 11.2 millones de cubanos han tenido que enfrentarse a una dicotomía: quedarse en casa, sin suficientes alimentos, para no contraer el nuevo coronavirus o salir a exponerse a las aglomeraciones de personas que en tiendas y mercados intentan comprar lo poco que el país puede ofertar.
El COVID-19 ha venido a agudizar la crisis económica que ya padecía la isla y le ha puesto el agua al cuello al régimen, que se encuentra en una encrucijada; entonces, no le queda otra solución que decidirse a una reforma, antes su actual carcoma de la rígida empresa estatal socialista que impera en el país, dando paso a un nuevo sistema económico donde la propiedad privada se ejerza como protagonista o el país se va a la quiebra.
Con la nación casi paralizada y una economía casi estacionada, el presidente Miguel Díaz-Canel y su gabinete se ven obligados a tomar medidas estrictas con el fin de evitar la propagación de la pandemia en Cuba, augurando tiempos peores de los que se viven hoy.
La situación es tan grave que el gobierno abrió cuentas bancarias para que los propios ciudadanos donen dinero y le den una mano al Estado con los gastos de la producción de alimentos. Una estrategia que, por un lado, delata la insolencia del gobierno al recoger ayudas de quienes ha ahogado por décadas, imponiéndoles un sistema económico sin flexibilidad, por otra parte, expone la alarmante falta de liquidez en las arcas estatales tras el cierre de las misiones médicas en Brasil, Ecuador y Bolivia; además del endurecimiento de las sanciones de la administración del presidente estadounidense Donald Trump hacia la isla y la consecuente caída del turismo.
En 2019, Cuba importó casi 80% de lo que se consumió en el país. Lo que significa que está en un gran problema, pues en 2020, con sus números en negativos, no conseguirá importar todo lo que sus ciudadanos necesitan, por tanto, la escasez en el país aumentará. El panorama huele a hecatombe y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) lo vaticina al proyectar que el Producto Interno Bruto (PIB) de la nación caerá hasta -3.7 %.
Con un gran desespero, el gobierno cubano está buscando la manera de paliar la difícil situación, la cual parece ya inminente: una catástrofe económica histórica. Por ello, entre otras cuestiones, intenta eludir su deuda con el Club de París, que asciende a 82 millones de dólares. El gobierno estableció una estrategia económica para enfrentar la post pandemia, que según el propio presidente Díaz-Canel llevará a “liberar definitivamente las fuerzas productivas en el país”, lo que significa “que esa liberación de las fuerzas productivas tenga un impacto en el desarrollo económico y social de la nación”.
Cuba no tiene capacidad financiera para salir del estancamiento por sí misma. El estático sistema económico actual, donde el Estado tiene el absoluto control de las fuerzas de producción, no permite variantes a aplicar. El saldo de la post pandemia, será tan dañado y difícil de reponerse que al gobierno no le ha quedado otra alternativa, en contra de su voluntad, comenzar a pensar en desamarrar la empresa estatal socialista que sustenta la isla para encontrar alternativas que puedan airear la asfixiada economía. Contra las cuerdas, el gobierno tendrá que levantar las trabas que por años les ha puesto a la inversión extranjera y a la propiedad privada.
Ha sido la imperiosa necesidad generada por la pandemia, que la misma ha motivado un cambio de mentalidad en el gobierno y no las añejas plegarias de sus ciudadanos. El colapso de la economía será tan estrepitosa que puede asemejarse a lo sucedido en el país a inicios de los años 90, cuando el derrumbe del campo socialista provocó que el PIB de la isla se contrajera 36%, por lo que las forzosas reformas económicas, que inevitablemente vendrán, no garantizando un florecimiento instantáneo de los índices económicos, pero sí condicionando el devenir político y social de la nación.
La salida de esta crisis cubana determinará el futuro inmediato de su país. Quizás sean estas reformas económicas, provocadas por las consecuencias de la pandemia, la que poco a poco comience a generar un cambio sistémico, trazando el buen curso definitivo de su sistema político-social.