Nuevas aventuras del guanajo de turno

Sandro Castro es un guanajo, de eso no cabe la menor duda. Su estupidez es inversamente proporcional a su vergüenza, y su maldad es la típica de un payaso con esteroides y sin dignidad. Sandrito es “el legrado de Fidel”, un aborto del “hombre nuevo” que sobrevivió engullendo las meriendas ajamonadas de su abuela y los pirulís de caviar del tío abuelo.

Atrás quedaron los tiempos de su debut en redes sociales, luciendo sus “jugueticos” de fabricación alemana que se comen la carretera, para luego aparecer arrepentido, todavía con la marca en el rostro del gaznatón del oficial de la Seguridad del Estado que se ocupa de asuntos tan delicados, gimiendo su condición de «persona sencilla».

Era finales de febrero de 2021, con la pandemia trastocando paradigmas mundiales y poniendo a la “continuidad” contra las cuerdas, desmontando el mito de la “potencia médica”. Había nerviosismo en el ambiente y la Contrainteligencia ya olía lo que se cocinaba en la calle. Los presagios del estallido del 11J, ocurrido cinco meses más tarde, obligaron a la Seguridad del Estado a tirar de las orejas del nietísimo imbécil.

Pero pasó la pandemia, el mundo salió del confinamiento con ganas de fiesta, en Palacio exhibieron la “grandeza de la revolución” que había logrado fabricar abdalas y soberanas, y pasó también el 11J, con su brutal y ejemplarizante represión posterior, esa que afianzó en los cubanos el miedo a la libertad de expresión, propició el mayor éxodo migratorio de la historia y la desconexión de espacios virtuales donde el activismo de la sociedad civil había florecido, y terminó con las redes sociales volviendo a sus idioteces habituales.

Y volvió a aparecer el guanajo irredento. De vacaciones en Cayo Santa María, o de fiesta en su bar con Yomil Hidalgo mientras Cuba estaba conmocionada con el incendio de la Base de Supertanqueros de Matanzas. La gente empezó a cortocircuitar. ¿No le habían dado ya un buen jalón de orejas? ¿Cómo se atrevía a asomar el hocico nuevamente? Pues sencillo, con el maletero del carro lleno de botellas de agua para ayudar a los que sofocaban el incendio y Sandro Castro liderando una «caravana de emprendedores».

Habían muerto 17 personas en el incendio y miles durante la reciente pandemia, sin oxígeno en los hospitales, ni medicamentos en las farmacias ¿cómo era posible que el estúpido niño mimado saliese otra vez de parranda, exhibiendo sus “emprendimientos” hosteleros y comportándose como el nuevo Scareface, rey de la noche habanera?

Empezaba a fraguarse una nueva estrategia de distracción del régimen; la Contrainteligencia había visto el potencial distractivo del Castro majadero, cuyas directas en redes sociales desviaban la atención, la denuncia y la indignación que provocaban -y provocan- la deriva de la llamada “revolución socialista”, convertida ahora en un páramo en venta, en manos de una cleptocracia mafiosa orientada hacia el capitalismo de “amigotes”, la irrupción de la empresa privada, la repartición de usufructos y el desafuero constructivo de hoteles.

Y, voilà, Sandro Castro se convirtió en el “tonto útil” que necesitaba el régimen para canalizar el odio y la rabia de los cubanos. ¿Que colapsaba el sistema eléctrico? Pues luz verde al anormal, con su boquita de pato en una piscina de Siboney y su muñequita de plástico enseñando el culo. Y de ahí en adelante, el ensarte de perlas de Sandrito fue infinito. Sus compras en el extranjero, sus puros Cohibas y tequilas en su bar EFE, la corte de tracatanes, los selfies con Lázaro, el de Yarelis, con Santy Ogbetua, o con Flor de Cuba.

¿Una nueva crisis energética? Espera, espera… saca al mongo de su sesión de depilación láser y que anuncie fiesta por todo lo alto por su cumpleaños, ya verás la que le cae. Convertido en un activo de la Contrainteligencia, ya no tiene que pedir disculpas por sus juergas y desafueros. Ahora que explique cínicamente que es un empresario que hace con su dinero lo que le sale de sus pulidas esferas. “Estoy celebrando como un joven cubano revolucionario”.

¡Viva Canel, viva la Revolución!”, musitaba en su farsa de contrariedad un enano con pelo verde de apellido contrainteligente (Bolufé) que ejercía de maestro de ceremonias de Sandrito. Para mayor gloria de los estrategas, salía el Necio de Cuba llamando a despreciar a Sandrito, ese aborto normalizado que abre camino, cual pionero postcomunista, hacia el feroz capitalismo de Estado.

Será la fiesta más grande en años”, concluía el alelado cumpleañero que, con su mediocre show de redes sociales, desviaba parcialmente la atención del colapso del sistema eléctrico nacional.

Beban como si no hubiese un mañana”, felicitó Sandrito a los cubanos en fin de año. Y ese es el plan: dejar a los cubanos en un presente/pasado infinito, en bucle, una “continuidad” que se muerde la cola, y en la que la familia Castro-Soto del Valle -incluido un nuevo bufón de nombre Issuan- se encargan de burlarse del soberano, dizque, el pueblo sin futuro.

Ahora, en plena fase anal, Sandrito juega a sacar el dedito del medio a los cubanos, algo que hace gracia al compañero que lo atiende, un genio que debe haber sido condecorado por Alejandro Castro Espín (alias El Tuerto). Lo hace el 14 de febrero con dos ramitos de flores en las manos, lo repite días después con dos botellas de cerveza mientras baila un challenge con su cuadrilla cantando They not like us (no les agradamos), partiéndose la caja con la plebe.

Yo creía que éramos igualdad, pero somos desigualdad”, dijo en una de sus últimas directas, dando inicio a la operación Putrump de la Contrainteligencia, en la que los desafueros del ayer parecerán un juego de niños comparados con los del mañana. Entramos en la siguiente fase de la estrategia, se abre el campo de juego distractor, entran nuevos “actores” como Humberto López (en realidad, un veterano), Manuel Anido Cuesta y la estrella de La Colmenita.

Cuba, un Estado capturado por una élite mafiosa, sigue paralizada viendo cómo a sus pies se abre un abismo infernal, y se alzan hoteles a diestra y siniestra, mientras unos gordos vociferan que “necesitamos divisas” y “nadie quedará desamparado”, para a continuación cargarse la canasta básica normada y emprender la “dolarización parcial de la economía”.

El esperpento cobra nuevos matices de vileza; la propaganda sigue su viejo manual con odres nuevos.

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