Versalles tropical en el Capitolio Nacional: Un festín sobre las ruinas de Cuba

La noche del miércoles 26 de febrero, más del 50 por ciento de Cuba estaba en apagón. La crisis eléctrica, que golpea al país desde hace meses, se ha agravado en los últimos días, con un total de ocho unidades termoeléctricas fuera de servicio por averías o mantenimientos programados.

A los molestos cortes de luz se sumó también la tarea titánica de encontrar combustible para cocinar, en un país donde el gas escasea y la bolsa de carbón supera los 1,500 pesos.

Esa noche, mientras los cubanos se sentaban a la mesa sin luz, sin comida y sin esperanzas, en La Habana, un grupo privilegiado de millonarios y miembros de la élite comunista montó un banquete en el Capitolio Nacional.

Viniendo de un régimen que ha dilapidado la democracia y las libertades individuales, no sorprende que se haya elegido el palacio donde debería residir la soberanía popular para celebrar, con toda la pompa versallesca, la llamada Noche intermedia del Festival del Habano, descrita por sus propios organizadores como una velada para un “selecto grupo” de personas.

El Capitolio Nacional, antigua sede del Congreso de la República, se vistió de cabaret para la ocasión, tal vez haciendo un guiño a sus nuevas funciones como sede de la Asamblea Nacional del régimen. Por el Salón de los Pasos Perdidos, un espacio solemne por donde deberían caminar los legisladores de una Cuba democrática, desfilaron todo tipo de personajes, algunos incógnitos y otros tristemente célebres por sus privilegios, para nada ocultos.

El Partido Comunista, que tantas lecciones da sobre la “colonización cultural” o lo superficial de aquella república imperfecta de los años 50, decoró el edificio con toda la pompa de la primera mitad del siglo XX. Alfombra, banda musical, tabaco de calidad y modelos estilizadas: todo fue brillo y glamour, casi un pecado para ese modelo de sociedad austera y poco consumista que venden como ideal para el resto de los cubanos.

Los mismos que condenaron a la cubana Aniette González García a tres años de cárcel por fotografiarse con la bandera nacional, bajo el presunto delito de “ultraje a los símbolos patrios”, organizaron un fiestón justo encima de la tumba del Mambí Desconocido, en la rotonda del Capitolio. Los mismos que han tratado de monopolizar el sentimiento patrio y se arrogan el derecho de tachar al resto de “anticubanos” fumaron y bebieron ron sin pudor alguno frente a la estatua de la República.

¿Quién lo diría? La revolución “de los humildes y para los humildes” sacó a la democracia del Capitolio para llenarlo de millonarios fumando tabaco y tomando whisky. A solo cien metros de allí, los edificios derruidos y convertidos en solares insalubres muestran una Habana reducida a escombros tras décadas de abandono y desidia.

La élite comunista, que cada vez esconde menos sus privilegios, se dejó ver en el evento sin ningún reparo. Entre los asistentes, Manuel Anido Cuesta, hijastro del gobernante Díaz-Canel, viajó desde España para la ocasión. Es válido preguntarse con qué motivo estaba allí esa noche. ¿Acaso el hijo de Lis Cuesta es especialista o aficionado a los habanos? ¿Fue en calidad de asesor del dictador designado o simplemente asistió por el hecho de formar parte de la “familia presidencial”? De cualquier forma, al hijastro del dictador se le vio junto a Lourdes Dávalos, abogada del régimen cubano, quien también viajó desde Europa para fumarse un habano en el Capitolio Nacional.

En el panorama cubano, no es nuevo que el discurso oficial esté muy lejos de los hechos. Los comunistas, bajo el mando de Fidel Castro, expulsaron a los “ricos” para vivir en sus mansiones expropiadas en los mejores barrios de La Habana. Tal vez ahora, en el ocaso del comunismo, sienten menos vergüenza de exhibirse.

La noche del 26 de febrero pasará a la historia de Cuba como la noche de la ignominia. A la chusma maquillada que improvisó un Versalles tropical bajo la cúpula de nuestro Capitolio Nacional solo le faltó decir: ¨Que coman pasteles¨.

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